EL COLLAGISTA. UNAI ÁLVAREZ

Unai está hecho de libros y sabe de flores. Él es una inteligencia incansable, delicadeza botánica, un síndrome de Stendhal de papel, sensibilidad erudita. Puedes verle en una librería de segunda mano, dándole una tercera vida con las suyas a una obra, escarbando entre olores de Alejandría sin fuego. Al conejo con prisas de esa tal Alicia le hablaría yo de lo que es realmente llegar tarde cuando bajas al perro y encuentras a lo inesperado con las manos en los bolsillos y un abrigo azul oscuro. Cuando entre noches de toques de queda le conoces, y empiezas a llamar barrio a lo que antes solo eran calles. Y se hace inabarcable. La curiosidad de la que no se arrepiente el gato, la mirada que te escucha en llano, sin cuestas ni esfuerzos, que es esponja a tus lluvias, que es un ingenio tan despierto que parece fabricar café en su propia cabeza, que hace de sentir, pensar, dudar, perdonar y reinventarse palabras fuera del juego tabú. Exiliadas a vivir en su juego de mensajes sin letras. Unai es braille recortable. Y qué suerte cruzártelo al final del día. Y aprender de nuevo a leer.

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