LAS CREACIONES DE SUSANA

Es el amor inabarcable de una madre, ese aire que coges cuando la visitas después de un mal día y te acurrucas en los brazos que te cuidaron de niña. Es la adulta que todavía lo es, niña. Mientras el mundo se acerca a su fecha de caducidad, ella da una segunda vida a objetos ya jubilados, a barros que vuelven a sentirse arcilla de mil historias, a espejos a los que de pronto se les forman nudos en los hilos que ni tenían, a muebles que se creía abandonados y ahora sonrojan a todo el catálogo de Ikea. Ella crea pendientes que pinta sin salirse de los arcenes y que vende en mercados fuera de los márgenes de fábricas en cadenas. Es ese estar ahí de quien sabe que el cariño es un trueque constante que se devuelve con el mismo tacto, que es orgánico e inevitable en su dulzura a plazo fijo. Ella es una de esas mujeres de película de Netflix que prepara la comida a su familia al final de la jornada mientras pelea por sacar adelante un arte por el que a la vocación se le cae la baba. Es artesana en tiempos de Amazon y su servicio Prime es un abrazo tras la suscripción, a su trabajo y a su compañía. Hay valores con los que ningún Jeff Bezos puede competir. La bondad, la humanidad, la cercanía, no son negociables. Y son Susana.

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